En el boletín de hoy tocaremos un poco de todo: Trump, su campaña y sus negocios, y Elon Musk y sus ideas sobre libertad de expresión.
Empecemos por la noticia más divertida del día, el gran anuncio de Trump.
Arte presidencial
Hace un par de días, Trump escribía por su red social Truth Social (población: Trump y sus fans) que iba a anunciar algo grande el día siguiente. Una noticia bomba; la clase de noticia que levanta pasiones, emociona a público y crítica y revoluciona el sistema político de naciones enteras.
Dice mucho de las fortunas de Trump estos días que la nota de Trump fuera recibida con cierto escepticismo; no hubo demasiada especulación sobre sus intenciones (¿qué hará? ¿anunciar que quiere ser presidente?) ni sobre las consecuencias políticas de lo que pudiera suceder. Hubo chistes dispersos, algo de socarronería, y poco más.
Al día siguiente, Donald J. Trump anunciaba esto:
Non-Fungible Tokens. NFTs. Una colección de malditos cromos digitales dedicados a su propia persona, en toda su gloriosa horteridad. Y no, no es un chiste ni nada por el estilo. El video anunciando el proyecto es absolutamente lisérgico:
Insisto: esto es absolutamente real. Trump ha anunciado de verdad que tiene su propia colección de NFTs, como si esto fuera 2021 o algo parecido. La calidad del arte a la venta es maravilloso:
Estos maravillosos ficheritos digitales que podéis copiar haciendo una captura de pantalla Trump los va a vender por $99. Si los compras, entras en una rifa con premios, desde poder jugar a golf en una de sus propiedades a hablar vía Zoom con Trump en persona, o incluso (gasp) cenar con él. El buen hombre está vendiendo boletos para una rifa con él mismo de premio y diciendo que los tiquets son coleccionables 3.0 molones.
Si os preguntáis si esto es para recaudar fondos para su campaña presidencial o algo parecido, ni eso; esto es negocio puro. Trump va a embolsarse todos y cada uno de los dólares que los pobres insensatos que decidan gastarse dinero en estos cromos glorificados.
Las NFT, en general, son un timo espantoso. Es muy típico de Trump esto de apuntarse a ello vendiendo su jeta de la forma más egocéntrica posible. Es aún más típico que lo haga cuando el mercado de NFTs se ha hundido en la miseria.
Elon y la moderación de contenidos
Twitter ha tenido un día entretenido mofándose de los NFT de Trump, hasta que Elon Musk ha llegado a su rescate con una polémica aún más absurda.
Viaje con nosotros
Todo empezó con ElonJet, una cuenta de Twitter automatizada creada por un estudiante universitario hace un par de años. El invento consistía en un bot que consultaba en servicios en abierto con información de vuelos los movimientos de N628TS, el avión privado de Elon Musk, y los iba colgando de manera periódica. Los planes de vuelo son información pública, y Twitter tradicionalmente siempre había permitido compartir cualquier cosa que estuviera disponible en otros lugares. Había cuentas parecidas con Jeff Bezos, oligarcas rusos, aviones de la NASA y altos cargos del gobierno federal, y Bill Gates, entre otros. Era una de esas distracciones en Twitter.
Musk, como propietario y emperador de Twitter, siempre ha dicho que está totalmente comprometido con la libertad de expresión hasta el punto de que no iba nunca a prohibir la existencia de ElonJet en su página:
O quizás no
Hasta que ayer cambió de opinión y decidió suspender la cuenta y todas sus variantes , cambiando de improviso los términos de servicio de la página. La excusa, en esta ocasión, es que alguien había “seguido” a Musk hasta el aeropuerto, poniendo en peligro su vida. No está claro que sucedió, más que la palabra de Musk, y la policía de Los Ángeles publicó un comunicado de que ellos no tenían noticia ni habían recibido denuncia alguna.
Obviamente, Twitter está plagado de periodistas, así que todos los medios cubrieron ávidamente la noticia, incluyendo el comunicado del LAPD.
La respuesta de Twitter, inexplicablemente, ha sido bloquear a media docena de periodistas que llevan meses o años cubriendo Twitter, incluyendo gente de CNN, New York Times y el Washington Post.
Como decía Elon:
Libertades de expresión
Todos estos bloqueos y suspensiones son un poco ridículos, pero no me parecen mal. Twitter no está vulnerando la libertad de expresión de nadie ni deslizandose hacia el fascismo y la tiranía. Lo que está haciendo Elon es, simplemente, ejercer su libertad de expresión.
Cuando uno tiene una página web, periódico, podcast, tablón de anuncios o pancarta publicitaria de cualquier clase, tiene derecho a decidir sobre sus contenidos. Eso quiere decir que puedo elegir qué se publica y que no puede publicarse, y esa decisión editorial es un ejercicio de mi libertad de expresión. El gobierno no puede prohibir que publique nada, y tampoco puede obligarme a publicar nada. Es mí cortijo, y hago en él lo que me apetece.
Pues bien, Twitter es el cortijo de Elon, y eso quiere decir que tiene plena autonomía y capacidad de decisión sobre quién puede tener una cuenta en la página. Puede utilizar el criterio que quiera, desde un algoritmo a echar a patadas a gente que le cae mal. Si eso incluye a periodistas de reputados medios de comunicación que dicen cosas que no le gustan, está en su derecho; su libertad de expresión incluye libertad editorial.
Modelos de negocio
Que Musk está en su derecho de bloquear gente al azar, por supuesto, no significa que sea una buena idea.
Twitter, como negocio, vive de los contenidos que crean sus usuarios. La gente escribe cosas, otros contestan, y todos perdemos tiempo leyendo, citando y peleándonos; en los resquicios que quedan entre los tiroteos y reyertas, Twitter coloca publicidad. Técnicamente no es algo complicado, pero como explicaba por VP hace unas semanas, encontrar el equilibrio entre debates entretenidos y aquelarres inaguantables es más difícil de lo que parece. Si la página se llena de trolls, amenazas de muerte, e insultos infantiles la gente se irá. Si hay demasiado contenido polémico u ofensivo (fascismo, gore, pornografía, etcétera) los anunciantes no querrán comprar publicidad. Si todo es demasiado descafeinado y aburrido, los usuarios dejarán de dedicarle horas a la página.
Twitter, hasta ahora, ha sido incapaz de encontrar un equilibrio demasiado satisfactorio. El tráfico está ahí, pero es demasiado polémico como para atraer muchos anunciantes. La ventaja que tiene, sin embargo, es que la “calidad” de la audiencia es muy alta; Twitter atrae a periodistas, políticos, intelectuales, frikis de la política y tipos obsesivos en masa, y tiene una capacidad totalmente desproporcionada para su tamaño para dominar lo que estos perciben como el “debate social”.
Ponerse a echar periodistas que te caen mal por motivos espúrios no creo que sea exactamente una buena idea si quieres hacer de Twitter un negocio viable. En no poca medida porque son esos periodistas, y gente de su calaña, los que mantienen la página constantemente en el centro de atención.
Twitter no tiene tráfico o publicidad, pero tiene relevancia. Ese es su principal activo. Y Elon parece obcecado en cargárselo.
Espirales destructivas
Twitter no se va a hundir de un día a otro. Lo que veremos es que muchos de sus usuarios más valiosos, la gente que escribe a menudo, genera contenidos, y sigue los debates obsesivamente, se empezará a cansar. Algunos se hartarán de que la página se llene de trolls, incluyendo los fascistas más indecentes de la alt right americana. Otros se irán porque se han cansado de bloquear a gente. Muchos se preguntarán por qué la calidad del debate ha bajado, o se plantearán por qué pierden tanto tiempo en la página, o estarán escribiendo en otro sitio y no colgarán todo en Twitter también. Al poco, esos tres o cuatro tipos con los que siempre te escribes ya no andarán por ahí tan a menudo, y te irás un poco tu también.
La fortaleza de una página como Twitter se basa en los efectos de red, en el hecho de que todo lo que se saca de ella es casi imposible de replicar en otra parte, porque la gente, los contactos, que tienes en Twitter no existen fuera de este. Cuando esa gente empieza a irse, sin embargo, y esa red se debilita, el atractivo de Twitter disminuye muy rápidamente. El efecto de cada usuario que se retira o sale es mayor que el anterior. El equilibrio es “página útil para todos porque todos estamos aquí” se puede mover rápido a “página que no es útil porque no hay nadie” a poco de que se empiece a perder la confianza.
Una… ¿buena noticia?
Aunque Twitter me parece un lugar divertidísimo, lo cierto es que si esto sucediera no me parecería una tragedia. Socialmente, es una olla de grillos que ha creado toda clase de incentivos indeseables en el debate político, haciendo que esté dominado a menudo por polémicas absurdas y premiando a actores que viven para ofender, no para construir nada. Si Elon lo convierte en una red social dominada por conservadores y los progresistas salen por piernas seguramente estará haciendo más bien que mal. La influencia de Twitter en el mundo real, fuera de la caja de resonancia de los medios, es básicamente cero; los izquierdistas podrán dedicarse a cosas más productivas.
Como comentaba Noah Smith el otro día, internet antes de Facebook, Twitter y demás redes sociales, era un lugar bastante fragmentado, sin una “plaza pública” centralizada donde todo el mundo debatía. Era un lugar de islas, de comunidades sobre temas específicos, de foros de opinión con sus moderadores, su folclore, y sus leyendas. La gente se peleaba y daba la murga, pero en general era un cada loco con su tema, sin esta eterna batalla por dominar la narrativa y meterse con los del otro bando. La decadencia de Facebook (que parece imparable) y los casi seguro irresolubles problemas de moderación de Twitter, con Musk y antes de Musk, quizás son una señal que el modelo de “internet social 2.0” es difícilmente sostenible, y en el fondo era una mala idea. Quizás es hora de enterrarlo definitivamente.
Además. Mi productividad aumentará muchísimo sin Twitter, no lo voy a negar. Si tiene que morir, que lo haga rápido.
Nota al margen:
Los que me leéis desde hace tiempo seguramente os acordáis que hace unos años me echaron de un medio (El Diario) por escribir un artículo que no gustó a muchos de sus subscriptores. La historia de su publicación fue divertida (fue literalmente un “no hay huevos” con el jefe de opinión de entonces); la polémica posterior no tanto. De lo que nunca me quejé, sin embargo, es que me “censuraran”, porque el periódico estaba totalmente en su derecho de decidir que escribía chorradas infumables y que podían prescindir de mí.
Twitter es un poco como un periódico cutre donde todo el mundo escribe sin cobrar, así que si te echan, pues mira, es su chiringuito y hacen con él lo que quieren.
A todo esto, suscribíos a El Diario, que es un medio estupendo. El artículo de marras sigue en la página, por cierto, y sigo pensando lo mismo que entonces.
Aunque se dice mucho eso de que “si no pagas por el servicio, tú eres el producto”, lo cierto es que es más complicado. El acuerdo de términos de servicio que todos aceptamos (sin leerlo, claro) al darnos de alta es un contrato vinculante entre ambas partes: nosotros nos comprometemos a cumplir las normas (y si no, nos echan), pero como en todo contrato, hay obligaciones para ambas partes. En concreto, una obligación (que si no está explicitada, está implícita) es que las normas han de ser aplicadas correctamente, ser consistentes y todo cambio en ellas ha de ser comunicado correctamente (por ser un cambio sustancial en las condiciones del servicio).
Desde que llegó, Elon se ha pasado sus propias normas por el arco del triunfo. Las ha cambiado de forma sobrevenida (primero te baneo y luego me invento la norma para hacerlo) y sin comunicación previa de ninguna clase.
Desconozco hasta qué punto se le puede hacer daño por ahí, no soy abogado, pero desde luego está violando el contrato con sus usuarios de forma repetida y deliberada. Si encuentran la forma (y la UE con la GPDR parece dispuesta, para empezar), le van a buscar las cosquillas.
¿Podrías contar esa historia sobre ese artículo de El Diario?