Chicago y la paradoja del outsider
Lori Lightfoot iba a ser una estrella. Cuatro años después, ha perdido las primarias y no será reelegida. ¿Qué ha pasado?
Tras ocho años de mandato del cínico, desagradable, y a menudo caótico Rahm Emanuel, la ciudad de Chicago estaba tan harta del alcalde y su desastrosa gestión del departamento de policía que el tipo ni siquiera se presentó a la reelección.
Lori Lightfoot, una abogada con una larga carrera dentro y fuera del gobierno de la ciudad investigando casos de corrupción, había ganado cierta fama como presidenta del comité que tomaba decisiones disciplinarias de la policía de Chicago. Era alguien con fama de independiente, tozuda, capaz de enfrentarse al alcalde cuando intentó minimizar o disimular el escandaloso racismo e incompetencia del CPD, así que cuando Emanuel anunció que dejaba el cargo, decidió probar suerte y presentarse a las primarias para el cargo.
Resultó ser la candidata perfecta. Ex-fiscal, con impecables credenciales de lucha contra la corrupción y el crimen pero con un largo historial de encontronazos con el detestable y disfuncional CPD, negra, lesbiana, inteligente, carismática, consiguió vender la imagen de alguien independiente de la maquinaria política de la ciudad, pero con la experiencia necesaria para afrontar el problema de inseguridad que asolaba la ciudad. Ley y orden, sí, pero alguien que entendía que la policía era un absoluto desastre. Lightfoot se impuso por los pelos en una caótica primera vuelta en la que nueve candidatos sacaron más de un 5% del voto (Lightfoot sacó un 17,5%), y arrasó por completo en la segunda vuelta (74%) contra una política de carrera del aparato del partido.
Era la nueva estrella del partido, un punto de ruptura con el partido de Clinton y Obama. Una nueva generaración había llegado, Chicago iba, por fin, a librarse de la vieja, anquilosada, y torpe maquinaria del partido demócrata oficialista.
Ups.
La caída de una estrella
Ayer Chicago celebró la primera vuelta de las primarias demócratas, que son, dada la completa inexistencia de un partido republicano funcional, las verdaderas elecciones a la alcaldía. Paul Vallas, un moderado con un mensaje anticrimen, quedó primero con un 34% del voto. Brandon Johson, profesor de primaria, sindicalista, y progresista de pura cepa, quedó segundo con un 20%. Lightfoot quedó tercera con un 17%.
Es muy inusual que un alcalde pierda el cargo tras un sólo mandato en Estados Unidos; en Chicago, sólo ha sucedido dos veces desde los tiempos de la ley seca. Su derrota es interesante, y una muestra de las tensiones políticas y sociales de las ciudades americanas, por un lado, y dentro del partido demócrata.
Historias de Chicago
La política de Chicago está marcada por tres factores principales. El primero, siempre de fondo, es su situación geográfica. Hay muy pocos lugares de Estados Unidos que estén más definidos por dónde están; Chicago es la capital “no oficial” del midwest, el nodo de comunicación sobre el que giraba toda la región.
La ciudad está a orillas del lago Michigan conectada con el enorme sistema fluvial de los grandes lagos. Como Nueva York, Chicago se benefició enormemente del canal del Erie. Gracias a esa conexión las riquezas y el grano de todo el interior de Estados Unidos tenía acceso al mar desde los muelles de la ciudad. Hacia el oeste, la ciudad tiene a muy poca distancia el río Mississippi, la otra gran arteria de transporte del país. Con terrenos llanos y sin obstáculos naturales en esa dirección, un canal conectó río y lago ya a mediados del XIX. Con la llegada del ferrocarril, se convirtió en el lugar natural de llegada de las líneas que radiaban hacia la costa oeste.
El único inconveniente que tenía la ciudad como nodo logístico era su horrible clima y una persistente tendencia a inundarse, al estar construido en un pantano con problemas de drenaje. Lo primero no tenía solución, pero lo segundo lo arreglaron por las bravas cambiando el sentido de circulación del río Chicago para que en vez de fluir hacia el lago lo hiciera hacia el Missisippi.
Entonces, Chicago tiene en común con Nueva York el hecho de ser una ciudad enorme casi de manera inevitable; su posición como nodo de comercio la convirtió en un centro logístico, y eso hizo que se convirtiera en un centro financiero e industrial. El mercado de futuros más grande del mundo sigue estando hoy en Chicago, el legado de haber sido el centro de intercambio de productos agrícolas del continente. Y tras sufrir un incendio colosal en 1871, fue reconstruida con una visión urbanística muy moderna para la época, y con muy buena arquitectura, una tradición que nunca han olvidado del todo. Es de las pocas ciudades americanas “de verdad”, un lugar de acero, agua y cemento, con un centro bien definido, metro, trenes, y demás.
El paralelismo con Nueva York también se extiende a la política. La segunda gran constante de Chicago es que ha sido durante muchísimo tiempo una ciudad increíblemente próspera, un motor de creación de riqueza económica casi imparable. Eso contribuyó, por un lado, a todos esos edificios y museos tan bonitos, y por otro, a alimentar un gobierno municipal increíblemente disfuncional y corrupto, controlado por la maquinaria política del partido demócrata de la ciudad en general, y los Daley en particular. Las variedades de desastres municipales de Chicago son un poco distintas que sus colegas a orillas del Hudson (para empezar, la CTA es mucho menos inútil que la MTA, y han descubierto el contenedor de basura), pero tienen cosas en común, como un poder incomprensible de jefecillos locales, una burocracia colosal en lugares inexplicables, y, por encima de todo, un departamento de policía espantoso.
Malos policías
El CPD es un departamento excepcionalmente malo haciendo su trabajo, y es el tercer gran factor que define la política de la ciudad. A pesar de su considerable tamaño (13.000 efectivos en una ciudad de 2,7 millones de habitantes), nunca ha sido demasiado efectivo, y siempre tenido tasas de crimen considerablemente más altas que Los Ángeles y Nueva York. La historia del CPD está plagada de escándalos a cada cual más absurdo y violento, desde policías montando bandas para robar casas a acusar de asesinato a dos chavales de ocho años sin prueba alguna, pasando por traficar drogas, liarse a tiros con civiles inocentes, o ser furibundamente racistas. El departamento ofrece una versión destilada de todas las disfuncionalidades de las fuerzas de seguridad del país; su comportamiento propio de unas fuerzas de ocupación, un sindicato increíblemente hostil a cualquier intento de reforma y capaz de sabotear activamente la carrera de cualquier político que les moleste, un racismo desaforado e incontrolable, una absurda tendencia a repartir sopapos y liarse a tiros primero y preguntar después, una total incapacidad para ganarse la confianza de nadie, y un entrenamiento y preparación lamentables.
Las tasas de crimen de las grandes ciudades americanas alcanzaron sus máximos a principios de los años noventa. Por una serie de motivos que no vienen al caso (el debate sobre el tema es considerable), la violencia empezó a descender en todo el país en esa época, y siguieron su caída hasta los mínimos del 2018-2019. La excepción fue Chicago. A principios de los 2000s, el crimen se enquistó en un nivel más elevado que el resto, y se disparó a partir del 2016. Aunque no es la ciudad más peligrosa del país (de hecho, no está ni entre las 25 primeras en homicidios), los peores barrios de la ciudad son increíblemente violentos, y la sensación de crisis es inevitable.
La respuesta del CPD, por cierto, ha sido detener cada vez a menos gente. ¿Recordáis eso que decía de sabotear a los políticos que intentan reformar el departamento? Aquí lo tenéis, de forma gráfica:
El departamento encuentra el culpable de menos de la mitad de los homicidios de la ciudad, una cifra lamentable (en Madrid, esta tasa ronda el 95%). El año pasado anunciaron que había mejorado, superando el 50%. El pequeño problema es que muchos de los sospechosos de esos crímenes “resueltos” resultaron estar fallecidos, así que las cifras no se las cree nadie. La tasa de resolución para víctimas negras, por cierto, no llega al 25%.
Volviendo a la política, entonces, os podéis imaginar el impacto de tener un departamento de policía así. Rahm Emanuel perdió el cargo debido al crimen, por un lado, pero también porque intentó encubrir que la policía había cosido a balazos a un sospechoso sin motivo para evitar que se le echaran encima, y fue pillado en el proceso.
Lori Lightfoot entró con ansias reformistas, se topó con un CPD absolutamente inamovible, y después con el increíble repunte de la tasa de homicidios durante la pandemia en todo Estados Unidos (algo que no vimos en Europa, por cierto).
La tragedia del outsider
Su actuación en la alcaldía, además, se vio lastrada constantemente por su condición de outsider. Lightfoot se había abierto paso a codazos hasta la alcaldía, pero no tenía “aliados” (léase la red de amiguetes, conocidos, socios, y pelmas variados) que un político convencional hubiera ido amasando en su camino hacia el poder. Los sindicatos que representaban a maestros y empleados municipales ni la conocían ni se fiaban de ella; los concejales de distrito (que tienen un poder colosal en materia de urbanismo y muchos servicios públicos) no le debían lealtad alguna. La policía la detestaba profundamente. Lightfoot nunca fue una persona conciliadora o dispuesta a llegar a acuerdos, y acabó a matar básicamente con todo el mundo en los centros de poder de la ciudad. Y por muy corruptos e incompetentes que fueran, uno no puede gobernar la ciudad sin ellos, y mucho menos ganar unas elecciones.
La tragedia de Lightfoot, y de muchos otros políticos similares en las ciudades de Estados Unidos con regímenes similares de partido único, es que sólo pueden gobernar a través de la administración, burocracia e instituciones existentes, pero la única manera de solucionar los problemas de la ciudad es, probablemente, volar por los aires la mayoría de esas mismas instituciones. En lugares como Nueva York, Boston, o los Ángeles, la ciudad genera tal cantidad de prosperidad y riqueza que la cosa puede ir tirando, incluso con un gobierno municipal espantoso. Chicago, la capital de una región en decadencia, quizás no tenga esta suerte muchos años más.
Epílogo
Permitidme, antes de acabar, un pequeño epílogo hablando de los otros tres políticos en esta historia.
Rahm Emanuel seguramente os sonará familiar, porque es uno de estos tipos que se ha comido todo el cursus honorum de la política americana. Empezó como ayudante de un congresista en los ochenta; después fue uno de los asesores de Bill Clinton en la campaña de 1992, y asesor del presidente en la Casa Blanca, donde se hizo famoso por ser un soberano cafre; Josh Lyman, del Ala Oeste, está inspirado en él. Tras salir de la Casa Blanca, el tipo hizo dinero en el sector privado antes de presentarse al congreso, estuvo en la cámara de representantes hasta que Obama le nombró jefe de gabinete. Tras pelearse con todo el mundo, dejó su trabajo para presentarse a su trabajo soñado, la alcaldía de Chicago. Ahora mismo, es embajador de Estados Unidos en Japón.
Paul Vallas se hizo famoso a mediados de los noventa, cuando fue director del sistema de colegios públicos de Chicago, cuando se vendió a si mismo como un reformista revolucionario. Aunque sus cambios apenas tuvieron efectos sustantivos de ninguna clase, ese fue el principio de una lucrativa carrera como “salvador” de sistemas escolares, primero en Filadelfia, después en Nueva Orleans, privatizando furiosamente todo lo que se le puso a tiro en ambos lugares, pero sin que los resultados educativos mejoraran. Allá por el 2011, con su prestigio un tanto maltrecho, acabó siendo nombrado superintendente (sí, es es el cargo) de los colegios públicos de Bridgeport, Connecticut, nuestro antro de disfuncionalidad política favorito en este boletín. Duró apenas tres meses, en no poca medida gracias a una furibunda campaña del Working Families Party (antes de que trabajará en él) para echarle a patadas del cargo.
Su oponente en la segunda vuelta, Brandon Johnson, es un izquierdista de pura cepa. Entre sus principales apoyos en esta campaña está un grupo llamado United Working Families, que son (más o menos) la rama local de WFP en Chicago. Entre la gente del partido que ha trabajado en esta campaña, y seguirá durante la segunda vuelta, está Lindsay Farrell, la que fuera directora del partido en Connecticut y que lideró la campaña en su contra en Bridgeport.
Este es un país de 325 millones de habitantes, pero la política siempre tiene estas cosas.
Bolas extra
Los pit (“pozos”) donde se negociaban los contratos en el mercado de futuros de Chicago eran legendarios - y tenían un lenguaje de signos propio. Era un mundo fascinante.
La cantidad de dinero flotando alrededor del supremo de Estados Unidos huele francamente mal.
Hablaré de la segunda vuelta y las divisiones dentro del partido demócrata en otro artículo, pero el NYT tiene una buena introducción.
Algunos legisladores en Connecticut quieren prohibir el término “latinx”. Estoy a favor.
Había, además, algo relacionado con Da Bears, ¿no?