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Castigando traidores

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Roger Senserrich
sep 27, 2025
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No os podéis ni imaginar lo que me irrita tener que defender a James Comey.

Siempre he argumentado (y he escrito un libro entero sobre ello) que las causas del trumpismo son múltiples y variadas, y que Trump es la consecuencia, no la causa, de un proceso degenerativo de la democracia americana. James Comey, no obstante, tiene la única, excepcional distinción de ser designado como el hombre, el individuo, que hizo que Trump llegara a la Casa Blanca.

Saboteando unas elecciones

Durante la campaña presidencial de 2016, el FBI estaba investigando a los dos candidatos a la presidencia. A Trump, por su sospechosa tendencia a que sus hijos, directores de campaña, asesores y buscavidas que le rodeaban estuvieran constantemente hablando con personas que trabajaban directa o indirectamente para los servicios de inteligencia rusos. A Hillary Clinton, porque quizás, en algún momento, algún correo electrónico clasificado como confidencial o secreto había pasado por un servidor de correo privado en su época de secretaria de Estado.

James Comey, que era el director del FBI entonces, mantuvo la primera investigación bajo llave, en estricto secreto. No llegó a informar ni siquiera a los líderes de los comités de seguridad nacional del Congreso.

La segunda investigación, mientras tanto, se convirtió en un sainete público constante, con Comey haciendo declaraciones en los momentos más inoportunos. Eso incluyó anunciar que iban a reabrirla, tras exonerar a Clinton, dos semanas antes de las elecciones, reventando la campaña por completo. Y, para empeorarlo aún más, anunciar, dos días antes de los comicios, que la iban a cerrar de nuevo.

Muchos observadores, empezando por Nate Silver, están convencidos de que, sin las dos apariciones estelares de James Comey, Hillary hubiera ganado las presidenciales. Reabrir el “escándalo” (que no era tal) de los correos electrónicos le costó dos o tres puntos en los estados clave, y con ello, la presidencia.

Os preguntaréis, entonces, por qué tras esta gloriosa contribución al régimen, Donald Trump odia a James Comey con la furia de mil soles. La explicación simple es que Trump es idiota, y la complicada es que es muy, muy idiota.

La trama rusa

Tras las elecciones, James Comey se reunió con Trump en la Casa Blanca y le informó de que un puñado de miembros de su equipo de campaña estaban siendo investigados por sus contactos con presuntos agentes del Kremlin. Días después Trump le llamó para exigirle lealtad; Comey se negó. El presidente le presionó, días después, para que cerrara la investigación.

No fue hasta el 20 de marzo de 2017, cuatro meses después de las elecciones, que Comey finalmente confirmó ante el Congreso la investigación sobre la injerencia rusa en la campaña. Trump, indignado, le despediría mes y medio después.

Sabemos, porque tanto el comité de investigación del Senado (con mayoría republicana) como la extensa investigación posterior por parte de un fiscal especial, que gente de la campaña de Trump, empezando con sus propios hijos, había hablado con agentes rusos. Sabemos que Putin prefería que ganara Trump. Lo único que no está claro es hasta qué punto la campaña de Trump estaba coordinándose con los rusos, en gran medida porque tres de los implicados (Michael Flynn, Roger Stone y Paul Manafort) se negaron a cooperar con la investigación, fueron condenados por obstrucción de la justicia e indultados por Trump poco después.

La conclusión del presidente, tras todas estas desdichas, fue que James Comey, junto al deep state en pleno, había creado un montaje con pruebas falsas durante la campaña electoral para sabotear su presidencia una vez ganara las elecciones. Toda la trama rusa era una conspiración de Hillary Clinton y Obama contra él.

Por qué el deep state no decide sabotearle antes de que gane las elecciones es un misterio, pero eso es uno de esos detalles maravillosos del trumpismo.

La venganza

Durante toda la campaña electoral de 2024, Trump dijo repetidamente que si ganaba las elecciones iba a ordenar al Departamento de Justicia que investigara y llevara a juicio a sus enemigos, con James Comey al frente. Era uno de esos comentarios que soltaba en casi todos sus mítines, junto con sus promesas de ignorar leyes y gobernar como un dictador, deportar a millones de personas, censurar a disidentes y cerrar medios de comunicación desleales.

Durante toda la campaña electoral de 2024, los medios americanos decidieron que esta clase de declaraciones eran un chiste, una broma, una de las bravuconadas de Trump para atraer la atención. No estaba hablando en serio. Era espectáculo, entretenimiento. Jeje.

Trump no estaba bromeando.

La semana pasada, el presidente despidió al fiscal de distrito que había nombrado a dedo en Virginia porque se había negado a presentar cargos contra Comey. El sábado, Trump pidió abiertamente en su red social a la fiscal general Pam Bondi que se dejara de historias y fuera a por el exdirector del FBI. También nombró a una tal Lindsey Halligan, una de sus abogadas personales y alguien que nunca ha llevado un juicio criminal como fiscal de distrito, con instrucciones explícitas de ir a por Comey.

El jueves, la fiscalía presentó tres cargos contra Comey ante un gran jurado, consiguiendo que le aceptaran dos.

James Comey hablando en BlueSky el jueves, después de que se hicieran públicos los cargos contra él.

El documento de la acusación es patético. Es un escrito de dos páginas (dos), con varios errores de redacción, en los que se dice que Comey mintió en una comparecencia ante el Congreso el 30 de septiembre de 2020, obstruyendo una investigación. Ambos delitos hubieran prescrito a los cinco años, es decir, este lunes. La “mentira” de Comey fue que negó haber autorizado a un subalterno a filtrar detalles sobre una investigación sobre Trump. Es dudoso que Comey realmente dijera eso en su comparecencia, y muy dudoso que autorizara filtración alguna. Los cargos son una filfa, un montaje burdo y ridículo, impresentables en cualquier democracia avanzada.

Autoritarismo, simplemente

Y ese es precisamente el problema: en Estados Unidos, el presidente está utilizando a su Departamento de Justicia para ir a por sus enemigos políticos, y no sólo habla de ello en público, sino que lo hace repetidamente, y promete que va a seguir haciéndolo. La administración Trump está intentando censurar a sus críticos, cerrar medios de comunicación, imponer su control de las universidades y castigar a aquellos que se oponen a ella.

James Comey no es un capricho o una obsesión aislada de Trump. Esto es la administración Trump.

Lo más probable, para Comey, es que sea absuelto sin problema. La acusación contra él es una fantasía, le ha tocado un juez nombrado por Biden, y no hay un jurado en Virginia que le vaya a condenar con estas tonterías. Pero la cuestión no es la condena; es obligar a Comey a gastarse cientos de miles de dólares en abogados para defenderse, primero, e intimidar a todo aquel que venga después. No es la pena, sino el mensaje: si enfadas a Trump, haremos de tu vida un infierno.

Lo que está claro es que, ahora mismo, cualquier pretensión de que este país tiene un estado de derecho funcional se ha ido al traste. El Departamento de Justicia no tiene el más mínimo interés en hacer cumplir ley alguna; está al servicio de Trump, sin separación o independencia alguna. James Comey es sólo el principio; Trump irá a por sus enemigos políticos y a por cualquier organización política, real o ficticia, que considere desleal. La Casa Blanca está hablando abiertamente de reprimir a “grupos radicales” de izquierdas. En un contexto en el que la fiscalía designa sospechosos primero y encuentra crímenes después, lo de la democracia ha pasado de largo.

Ironías

Una nota final. Aunque a James Comey le nombró Obama para el cargo, el tipo es republicano, y había sido un alto cargo en la administración Bush. En una de esas tradiciones estúpidas americanas, todos los directores del FBI han sido republicanos, porque el Partido Demócrata cree en el bipartidismo y la concordia y siempre han nombrado a gente del GOP incluso cuando controlan la Casa Blanca. El FBI acaba de cumplir 90 años, y los republicanos nunca les han devuelto el favor.

Ni siquiera Roosevelt, por cierto, se atrevió a nombrar a un director demócrata. FDR heredó a J. Edgar Hoover de la agencia que precedió al FBI, y nunca se lo sacó de encima.

Bolas extra:

Sólo una: en el capítulo de actos malvados completamente gratuitos de esta administración, el secretario de Defensa Pete Hegseth anunció que iba a restituir las medallas a los soldados que participaron en la batalla de Wounded Knee, en 1890.

Esas medallas fueron retiradas porque Wounded Knee no fue una batalla, sino una matanza de civiles infame. Pero a Hegseth lo de los crímenes de guerra le gusta.

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The Coffee Gathering Pombo, 1920 - Jose Gutierrez Solana - WikiArt.org
La Tertulia del Café Pombo, 1920, Jose Gutierrez Solana.

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