Aventuras en New Hampshire (II)
Historias del circo alrededor de unas elecciones presidenciales
Secuela informal de este boletín de hace un mes. Exclusivo para suscriptores.
En New Hampshire, aparte de pasar frío andando en la nieve para divulgar de forma infructuosa el evangelio de Elizabeth Warren, seguir trabajando en cosas del periodo de sesiones del legislativo que acababa de empezar en Connecticut e intentar conseguir entrevistas a gente de Working Families y políticos afines, también fui a cotillear. Una campaña de primarias presidenciales es, al fin y al cabo, algo bastante único de Estados Unidos, y no quería irme del estado sin absorber tanto como pude de todo el circo.
Para un candidato a la presidencia de los Estados Unidos, la última semana de campaña en Iowa y New Hampshire es una absoluta locura. Este año de Iowa salieron cinco candidatos de cierta relevancia camino de Nueva Inglaterra (Biden, Sanders, Buttiggieg, Warren y Klobuchar) y tres con cierta atención mediática (Steyer, Gabbard y Yang), muchos de ellos con campañas muy bien financiadas (todo el mundo menos Biden y Gabbard, de hecho). Eso quería decir que, a efectos prácticos, teníamos 5-6 mini-partidos políticos con presupuestos millonarios anunciándose y montando saraos furiosamente en un estado de apenas 1,3 millones de habitantes, intentando atraer los votos de un electorado que rondaba las 300.000 personas.
Para que os hagáis idea del caos, cogeré un día al azar en la vida de un candidato esa semana. Si todo va bien, se ha levantado temprano para empezar el día en un diner o similar desayunando con votantes, o en un “desayuno de trabajo” con una cámara de comercio, sindicato, asociación de apicultores de Bretton Woods o algún grupo parecido. Eso quiere decir que a las siete y media de la mañana ya ha dado ya un discurso y contestado media docena de preguntas. A continuación, entre siete y media y nueve, intentará estar en televisión o radio, sea en una cadena local (“Despierta Laconia”) sea en CNN o MSNBC (los demócratas no pierden el tiempo en Fox). Acabado esto, irá a alguna sede de su campaña a saludar a voluntarios que salen a hacer canvassing, y cogerá el coche camino de su segundo evento del día.
Esto es, otro mitin, reunión con algún grupo de votantes importante, feria pastoril, exposición, o encuentro de amantes de los alces. Repetirá otra vez su discurso (el stump speech, variaciones siempre sobre el mismo texto que pronuncian cientos de veces durante una campaña), responderá más preguntas, siempre seguido por una nube de periodistas. Tras eso, otra vez al coche, y hacia el siguiente evento, en otro pueblo o ciudad donde la campaña cree que puede atraer votos, intentando hacer algo que quede bien ante las cámaras para ver si pellizca unos segunditos en el informativo local. Un candidato competente con una campaña bien engrasada intenta tener como mínimo entre tres y seis eventos cada día, más entrevistas, más debates entre candidatos; el último seguramente allá las 8-9 de la tarde. Si no está hablando con votantes, periodistas o saliendo en la tele ordeñando una vaca, la mayoría de los candidatos estarán haciendo llamadas a potenciales donantes para recaudar dinero; sólo gente como Sanders, con cientos de miles de pequeños donantes, pueden ahorrarse lo de recaudar.
Intenté seguir a Warren un día entero para hacerme una idea de la magnitud del esfuerzo que lleva una campaña, y mi única conclusión fue que uno tiene que estar completamente majara para someterse a una tortura así durante meses.
Todo este torrente de actividad, por supuesto, debe complementarse con el hecho de que un candidato está dirigiendo la estrategia de un equipo capaz de manejar todo esto, a menudo compuesto por más de un centenar de personas. Dado que el recurso más valioso y escaso en cualquier campaña es el tiempo del candidato, tener un director de campaña competente es increíblemente importante. La recta final de las primarias son un revuelo de actividad constante donde las campañas pueden estar gastando diez o veinte millones cada semana sin problemas, montando 30-40 eventos, coordinando decenas de personas que están intentando vender al candidato en prensa y lidiando con centenares de periodistas. Todo el mundo trabaja 16 horas al día, come toneladas de pizza, bebe montones de café y sabe que lo más probable es que su candidato pierda y se retire en menos de un mes. Lo raro es que no acaben todos a dentelladas.
Al otro lado de la barrera están los medios. Cada candidato relevante es seguido allá donde va por un enjambre de periodistas, que pueden llevar meses cubriendo a la campaña. En los eventos de Warren a los que acudí, la zona de prensa no bajaba nunca de 70-80 personas, más el ocasional periodista de primera línea (léase un Brett Baier o Anderson Cooper) que se había dignado a acercase a un evento. Toda esta gente lleva escuchando el mismo discurso desde hace meses, así que son todo un poco irritables.
En general, los reporteros a los que “les toca” un candidato tienen un cierto interés en que ese candidato llegue lejos. La interacción constante con el equipo de prensa crea relaciones estrechas que facilita tener más acceso al candidato y sus asesores, así que mientras este siga en campaña, los medios tienden a no cambiar a sus corresponsales. Esto quiere decir que los periodistas no van exactamente a proteger a “su” candidato (ser el reportero que dejó en evidencia a un presidenciable también cotiza), pero no le van a atizar con demasiado entusiasmo. Hay periodistas excelentes, como Katy Tur (MSNBC), que han hecho carrera gracias a que les “tocara” un caballo ganador en unas primarias (Trump, en su caso). Muchos otros acaban de corresponsales en la Casa Blanca.
Durante la última semana de las primarias, uno diría que toda persona en Estados Unidos con una cámara de televisión y/o micrófono estaba en New Hampshire. La tradición informal es que los grandes medios nacionales se alojan casi todos en un par de hoteles en el centro de Manchester. Es fácil averiguar cuál es, porque está rodeado de camiones con antenas para conexiones vía satélite, tiene todas sus salas de conferencias convertidas en platós televisivos, todas las zonas comunes están atestadas de periodistas, surrogates (políticos y portavoces que apoyan a un candidato) y personal de campaña, y los bares hasta arriba de gente bebiendo sin cesar. Me pasé tres horas cotilleando por el hotel y alrededores, en parte porque acabé accidentalmente de público en un programa en directo en MSNBC y no me dejaron salir antes. Puedo decir que he salido sentado en la barra del bar con un sombrero bebiendo cerveza en un programa televisado en directo para todos los Estados Unidos.
Incluso para alguien familiar con campañas electorales, la escala de unas primarias es demencial. Es otro mundo, por supuesto, comparado con elecciones estatales o locales, pero el nivel de locura incluso supera una campaña presidencial. Las elecciones generales tienen presupuestos mayores y aún más atención mediática, pero son sólo entre dos candidatos. Geográficamente, además, los eventos ocurren a lo largo de media docena de swing states; New Hampshire es apenas más grande que la provincia de Badajoz, y casi toda la población se concentra en cuatro condados al sur del estado. En apenas 100 kilómetros a la redonda, tienes una región que está albergando 25-30 mítines diarios, decenas de millones de gasto publicitario, miles y miles de voluntarios y montones de periodistas.
Para acabar de amenizar las primarias, Donald Trump decidió montar unos de sus mítines en Manchester 3-4 días antes de las votaciones, aumentando aún más el frenesí mediático. A los cientos de periodistas que cubren las primarias se le sumaron el centenar largo que siguen al presidente y todo el aparato logístico y de seguridad asociado que siguen al hombre más poderoso de la tierra. Trump llenó un pabellón de 20.000 personas de público, añadiendo aún más ruido a la fiesta.
Sí, Warren perdió esas primarias. Sí, pasé frío, comí mal, hice más quilómetros que un tonto y aunque conseguí colocar a mis jefes y políticos aliados (con cameo de un servidor) en varios medios de Connecticut, todo esto tuvo bastante de turismo político.
La verdad, me encantó hacerlo. No puede decir más.